Angela Guardado (Centro de Estudios Filosófico-Culturales)
Resumen
El presente ensayo tiene por objetivo reflexionar en torno a los conceptos de arraigo y desarraigo principalmente en el arte. Se parte de la noción de raíz para explicar cómo, al mismo tiempo que se aceleraban las sociedades, la importancia dada al origen iba haciéndose a un lado; hasta que a finales del siglo XX e inicios del siglo XIX, con el surgimiento de la llamada posmodernidad, vuelve a existir una inquietud por reivindicar las raíces. Se analiza el modelo de rizoma planteado por Gilles Deleuze y Pierre Felix Guatarri, y se contrasta con el modelo del radicante propuesto por Nicholas Bourriaud.
Palabras claves: rizoma, arraigo, desarraigo, arte, raíz.
Abstract
The objective of this essay is to reflect on the concepts of rootedness and uprooting mainly in art. It starts from the notion of roots to explain how, at the same time that societies accelerated, the importance given to origin was being pushed aside; until at the end of the 20th century and beginning of the 19th century, with the emergence of the so-called postmodernism, there was once again a concern to reclaim our roots. The rhizome model proposed by Gilles Deleuze and Pierre Felix Guatarri is analyzed, and it is contrasted with the radiant model proposed by Nicholas Bourriaud.
Keywords: rhizome, rooting, uprooting, art, root
Raíz y modernidad
La raíz es ese órgano en las plantas que absorbe, provee nutrientes, aporta firmeza y estabilidad. Una planta mal enraizada se cae, se seca y corre el riesgo de desprenderse del suelo, algo mortal para ella. Hablar de raíces es apelar a una causa u origen; es nombrar lo oculto desde donde surge una parte visible o manifiesta. De igual modo, el término raíz puede
hacer referencia al espacio geográfico, a la tierra con la que nos identificamos nosotros o nuestros antepasados, o bien, al horizonte cultural del que se proviene.
Esa «causa u origen» nos incumbe como individuos, sociedad y especie. Todos provenimos de algo, ello define y determina lo que somos. Nuestro origen nos predispone a ciertos padecimientos; condiciona nuestro tono de piel, el idioma y dialecto que hablamos, la religión que profesamos, nuestro nivel socioeconómico, incluso, ciertos gustos, inclinaciones. De aquí la inquietud por el origen: conocer de dónde venimos nos puede ayudar a entender quién, cómo y por qué somos de determinada manera; también nos puede dar indicios sobre condiciones futuras, así como proveernos firmeza, confianza y solidez.
Según la época histórica, la región geográfica y el proyecto político en marcha, el asunto de la raíz ha causado más o menos interés y ha sido abordado de distintas maneras. En el siglo XIX con la expansión del modelo europeo, su naciente hegemonía y el inicio de lo que llamamos Modernidad, las diferentes perspectivas entorno a las raíces se unificaron. La idea preponderante fue que, de haber raíz como origen y enlace al pasado, era necesario cortarla; no por crueldad, no por autoritarismo, sino a favor del progreso y la igualdad entre hombres. Se afirmó que la raíz era una evidencia de rezago, una atadura al pasado atrasado, a las viejas usanzas, y lo que se quería era ser modernos, hombres y mujeres de mundo. «Hay que ser absolutamente modernos» declaraba el poeta francés Arthur Rimbaud.
Los sueños de modernidad alimentaban mitos. Se creía que las sociedades de cada país lograrían ser iguales, simplemente algunas estaban más avanzadas que otras; que había un hombre ideal que todos podrían llegar a ser; que lo único necesario era dejarse guiar por la razón, la obediencia, el sentido del deber y la técnica. Por poner un ejemplo, México cayó a tal grado en la trampa de la modernidad y se creyó tanto el cuento del Hombre Occidental, que hasta mediados del siglo pasado todavía se instauraban estrategias institucionales para «des-indigenizar» el país. Se pensaba que los pueblos indígenas eran un lastre para el desarrollo y que si se cortaban dichas raíces (prohibiendo el uso de sus lenguas, educándolos para trabajar como obreros o reubicándolos a nuevas regiones), el país podría «progresar».
En los tiempos modernos la raíz no era importante, lo importante era el devenir y la novedad. Era la época de los grandes relatos: el capitalismo nos haría semejantes y nos permitiría adquirir lo deseado, la democracia nos daría voz, los recursos eran inagotables, el hombre podía parecerse a Dios, pero éste nos salvaría; lo urbano, la industrialización eran el porvenir; los autos, las bicicletas, los aeroplanos, los motores a combustión, los trasatlánticos, impulsaban a casi el mundo entero a velocidades nunca antes vistas.
Con esta euforia llegamos a finales del siglo XIX y comienzan a surgir las vanguardias artísticas y literarias.
[…]
En la brecha de los muros bruscamente deshechos
Mi monoplano de grandes alas husmea el cielo.
Ante mí el estruendo del acero
Desgarra la luz y la fiebre cerebral
De mi hélice despliega su ronquido,
Y vibra danzando sobre mis ruedas razonadoras.
Abofeteado por el viento loco de fantasías,
Mientras los mecánicos en la negra lógica de la cámara
Me retienen por la cola elásticamente
Como se tiene al largar un barrilete…
¡Vamos! ¡Soltad todo!
Tengo la potente ventura de sentirme al fin
Lo que soy:
Un árbol rebelde que se desarraiga
En un rapto de voluntad y se arroja
Sobre su follaje abierto y rumoroso1.
Este poema futurista ilustra a la perfección los ánimos de la época. Nos dibuja la imagen del árbol que se desarraiga, que se libera de sus raíces opresoras para volar en el acero del aeroplano. Para los futuristas desenraizarse es una virtud; su manifiesto declara el deseo de cantarle al peligro, a la energía y a la temeridad, de procurar audacia y rebelión en la poesía, de exaltar el movimiento agresivo, la violencia y la belleza de la velocidad. El poema evoca dichos ideales y ensalza aquella otra mitad del sueño futurista, la máquina y los materiales pesados, el acero, las hélices, lo mecánico, que simbolizan el dominio y supremacía del hombre sobre el pasado y todo lo que consideran pasivo.
Y así cada vanguardia artística venidera, una tras otra, a veces simultáneamente, todas radicales, quieren hacer borrón y cuenta nueva a su manera, ir en contra de la tradición, rebelarse, superarse, hacer algo nuevo nunca antes visto. Escarban entre sus pies pretendiendo no dejar ni una sola huella de lo «antiguo», pasado, clásico, queriendo cortar todo de tajo. Lo vemos en el cubismo, futurismo, expresionismo, creacionismo, dadaísmo, ultraísmo, surrealismo. Los exponentes de estos movimientos presentaron potentes manifiestos que protestaban en contra de las situaciones sociales predominantes y aseguraban haber descubierto formas y prácticas artísticas novedosas que, a través de un despertar de los sentidos, reedificarían al ser humano y revitalizarían a la sociedad2.
Si la meta de la modernidad era acabar con todo para erigir algo nuevo, casi lo logran. Los afanes políticos, sociales y tecnológicos, lejos de revitalizarse y edificarse en las vanguardias artísticas, dieron pie al surgimiento de los regímenes totalitarios, guerras mundiales, la bomba atómica, la división del mundo en dos polos…
Raíz y posmodernidad
Así, con el caminar del siglo la ilusión se fue desvaneciendo. El capitalismo fallaba, el socialismo también, había miseria, pobreza, racismo; comenzaba a evidenciarse la crisis ecológica global; se cayó en cuenta que los recursos iban a agotarse, el petróleo también; la ciencia no podía resolverlo todo, la religión no era la gran salvadora y hacía eco aquella noción de que Dios tal vez sí había muerto.
Estas nociones llegaron poco a poco y se fueron acumulando frente a los ojos de instituciones, gobiernos y población en general, aunque algunos eligieron no verlo. No hubo un despertar global, no fue un momento de «parar en seco», no había ningún freno de mano habilitado. Ocurrió quizás como en las caricaturas del coyote y el correcaminos, cuando el coyote tiene certeza que va volando y de pronto mira hacia abajo y ve el abismo al que se dirige con toda certeza, apenas alcanza a decir «oh-oh» y cae al precipicio, aún más rápido, ahora también afectado por la aceleración de la gravedad. No obstante, aquí no hubo un momento de «ups» global, simplemente se fue sintiendo el peso del desencanto; se derrumbaban los grandes relatos a la vista de todos. Así inicia la posmodernidad, que más que un cambio de paradigma es un subperiodo de la modernidad.
La posmodernidad es nihilista, es pesimista. Su arte es el arte de la derrota, del vacío, es un reflejo de la crisis espiritual, su literatura es la del sujeto desarraigado, desconectado, angustiado, deprimido. Si no hay ya grandes relatos, entonces, se buscan los pequeños, o bien el no relato; y entonces todo se vale, cada discurso tiene su lugar y plataforma, la obra se reduce a un concepto o a un objeto, la indiferencia se disfraza de tolerancia.
Sin embargo, como es natural, surgieron intentos de ir en reversa o de recuperar un poco lo perdido. Algunas personas, científicas, investigadoras, artistas, al ver la debacle poco prometedora de finales del siglo XX e inicios del XIX se preguntaron en qué momento todo había comenzado a ir en picada y si había alguna manera de hacer algún cambio. Renace de este modo el deseo de la raíz y se crean proyectos para rescatar la etnicidad, reconocer a las minorías, el multiculturalismo, la multiplicidad de historias, las particularidades, las singularidades.
Estas reivindicaciones eran necesarias para el bienestar y desarrollo de las sociedades, sobre todo para las más diversas y multiculturales. Mas estando en este tren que, lejos de poder frenar, va cada vez más rápido; donde las personas se desplazan más, donde la migración es el pan nuestro de cada día; en un mundo de refugiados y desplazados, la búsqueda del origen se volvió más bien una idea romántica que no lleva a una acción, una idea estética, una exotización, un concepto lucrativo. Sí se buscaba la raíz, pero por encimita y, en general, no para beneficio de los pueblos sino de individuos que supieran capitalizar su origen étnico o la multiculturalidad circundante.
Por ejemplo, en México y Latinoamérica, poblaciones mestizas por excelencia, a veces se nos pide reflexionar sobre nuestro origen. Si se nos pide adentrarnos hacia nuestra raíz, surge una cuestión muy obvia: ¿cuál? ¿Cuál es el origen que debemos rememorar? ¿El que nos convenga cuando nos convenga? En Europa diré que soy mexicana, en México diré que soy mitad colombiana y vestiré orgullosa textiles indígenas ¿Qué hay de los otros orígenes? Los menos cómodos, los menos evidentes. A veces es vergonzoso recordar cierto influjo europeo, a veces asumir lo indígena es ponerse frente a la discriminación y racismo sistémico. Y así cada quien aprende a sortear su mestizaje, de forma consciente o no, porque los orígenes son difusos, contradictorios, e inestables.
Ante la confusión y un genuino deseo de conocer nuestra proveniencia podemos preguntar: ¿Cómo buscar en lo profundo y arraigarnos fuertemente en estas épocas fugaces? ¿Aferrarse a la raíz no impide el movimiento? ¿Y cómo podemos enraizarnos y conocer nuestro origen en una época donde no moverse es equivalente a fracaso y la meta es ir siempre hacia adelante y hacia arriba?
El enraizamiento rizomático
El tema del origen es complicado y, a veces, problemático, tiene a nuestros países latinoamericanos sumamente confundidos. Hay quienes quieren a toda costa defender su vena europea, otros quieren recuperar y enaltecer la indígena. ¿En dónde se inicia la reconciliación? ¿Vale la pena? ¿Se puede? Si fuéramos un árbol, o una hoja de un árbol sería fácil llegar a nuestra raíz, explorarla, e incluso renegar de ella, porque ahí está y está clara. Pero ser humano y ser latinoamericano es mucho más complejo que un árbol. Lo cierto es que existen muchos tipos de raíces, hay muchas formas de enraizamiento.
Por ejemplo, está el rizoma que biológicamente es un tallo con varias yemas que se expande de forma horizontal por debajo de la tierra emitiendo raíces y brotes herbáceos, luego las raíces se entrelazan, forman nudos, y hacen de la planta un ser altamente resistente, y duradero. El rizoma puede funcionar como raíz, tallo o rama sin importar su sitio en la planta. Este concepto fue tomado por Gilles Deleuze y Félix Guattari como metáfora para ilustrar un modelo formado de multiplicidades. La metáfora del árbol, planta de eje vertical, visualiza una organización jerárquica y dicotómica de sus elementos dándole mayor importancia a lo que se ve arriba que a lo que está debajo, como la raíz3. En contraste, el rizoma es un sistema acentrado, no jerárquico y no significante, donde se reconoce que cualquier elemento puede incidir sobre otros en la estructura4. Por ello, los autores consideran que el modelo del rizoma es el que verdaderamente comprende la multiplicidad y la diferencia del mundo.
Deleuze y Guattari confían tanto en el modelo rizomático que aseguran que muchas de las concepciones jerárquicas arborescentes van a caer frente a lo que propone el rizoma. Sin embargo, en lo que refiere a enraizamientos individuales, historia de los pueblos y la necesidad de reconocimiento de etnias, grupos indígenas y minorías, el rizoma es limitado. Los autores mismos lo dicen: “¿A dónde vais? ¿De dónde partís? ¿A dónde queréis llegar? Todas estas preguntas son inútiles. Hacer tabla rasa, partir o repartir de cero, buscar un principio o un fundamente, implican una falsa concepción del viaje y del movimiento”5. Esto implica el escaso interés por el tema de la raíz. El rizoma se vuelve más importante que la planta; el rizoma se vuelve más importante que los sujetos. Por lo tanto, no es una forma de resarcir los orígenes olvidados, negados y perdidos.
Enraizamiento radicante
Después de la idea del rizoma, una nueva forma de enraizamiento atrajo la atención, el radicante. La especie vegetal radicante es aquella que va generando sus raíces conforme avanza, en cualquier dirección; es un tallo rastrero que se arraiga donde puede y como puede, donde le conviene. Nicolas Bourriaud propone este modelo de enraizamiento para el artista contemporáneo, aunque yo creo que puede aplicar para cualquier individuo inquieto de estas épocas. Para Bourriaud ser radicante es poner en escena, poner en marcha las propias raíces en contextos y formatos heterogéneos, sus raíces crecen conforme a su avance, se adapta, se traduce, elige entre sus raíces cuáles conservar y cuáles ya no le son útiles, no busca un estado ideal, lleva fragmentos que se pueden trasplantar, está en permanente metamorfosis, es un nómada que crece en sus desplazamientos6.
El texto de este filósofo tiene algunos huecos; es eurocéntrico7, muy a su pesar; es ciego ante diversas nociones políticas que limitan verdaderamente individuos y artistas; no rompe el concepto centro-periferia, insiste en que dentro de esa dicotomía los sujetos son distintos dependiendo de dónde se encuentren y que la periferia debe seguir buscando o aspirando al centro8. Sin embargo, el concepto del artista-individuo radicante calma algunas de las inquietudes sobre el origen de uno mismo y sus enraizamientos. El término «echar raíces» da miedo, hoy en día, significa que ahí te vas a quedar, pero esta idea da apertura a ir echando raíces por donde se anda, y luego poder voltear y ver el recorrido, y que de cada lugar uno pueda alimentarse y dejar un poco de sí. Es el tipo de enraizamiento mejor diseñado para navegar nuestros tiempos acelerados, permite flexibilidad, movilidad y el grado de profundidad conveniente en su momento.
El arte radicante es interdisciplinario e híbrido, no hay determinismos ni etiquetas, el artista se vuelve lo que la obra requiera. Puede ir a favor de la aceleración entrando en los códigos del mercado, arte como equivalente a producto, a espectáculo, a contenido de redes; o bien proporcionar un pequeño respiro y generar instantes de resonancia y diálogo. Con esta forma de arraigo, el arte sede, se comparte y forma parte de; no sólo llega a extraer a su beneficio, es producto de su época y sus condiciones, habla de su entorno, visibiliza, señala, enfrenta. Son importantes las raíces de sus antecesores y las reconoce, se impulsa y sigue viviendo a través de ellas, pero también confía en las que va echando en su camino.
De cualquier modo, en un mundo acelerado, impulsado por motores, pantallas que lo duplican, reflectores que lo iluminan y redes infinitas que lo amplifican, hay pequeñas islas fuera del alcance de este torbellino. Territorios intocables. Un periodo de gestación es intocable, el crecimiento de una planta, que si bien estimulado, no se puede acelerar a la velocidad y voluntad del mercado, es intocable. Sin embargo, podemos reconocernos también capaces de generar estas islas, aunque sean momentáneas, a través de la creación, la apreciación, otorgándonos permiso de admirar las raíces que aún sin intención hemos echado a nuestro paso, deteniéndonos en ellas.
Epílogo
Código líquido
Casa plenitud espanto gozo de los pobres un infierno más de los infelices la tierra abundante se levanta cada mañana en su brillo que tú no encuentras no porque no exista metido en los nudos de tu vida en la maraña que diferencia el sueño del insomnio la vigilia la palabra el hombre crudo hombre a penas y simple hombre atrapado fiera desdentada sin garras sin impulsos sube al auto lo prende se enciende el radio y sus incoherencias matutinas palabras vacías sonidos de merolico que nublan y nublan y dibujan un vaho en la mente el carro no existe no existe el camino el cemento el pavimento polvo tierra endurecidos por la voluntad el empuje del progreso que progresa la tierra a la roca al pensamiento líquido a la máquina vuelta de rueda vuelta de tuerca ajustes programas programación al día corre el código sin falla abre corchete cierra corchete punto espacio imput nada falta el hombre apenas hombre demasiado simple hombre baja cambió el paisaje tampoco existe el paisaje cree en el edificio cree tanto que a él se entrega le da sus horas sus manos su inteligencia sus gustos celebraciones desvelos prisas enfados lo da todo sin saber que no existe y que todo es nada y que nadie lo pide nadie lo agradece nadie lo necesita lo necesita él vacío sin fondo frío y seco ah la sangre la sangre la sangre no deja de correr tampoco circula por el entramado de minúsculos capilares sin parar él piensa que es como la sangre no se detiene no pregunta cumple su misión en un cuerpo inventado la sangre no conoce el cuerpo conoce sus caminos sabe por dónde pasar qué cargar qué desechar lo improductivo es averiguar propósitos sufrir y cuestionar la rutina el programa la tarea es fácil si uno acepta así se acepta el amor sin preguntar tanto recibiendo es un impulso un impulso de vida aliento que mueve se deja mover la hoja tampoco cuestiona el viento sopla viaja ay pero él no es una hoja no es sangre ni es cuerpo es programa esos mismo capilares no de sangre de información choques eléctricos conexiones diagrama de flujo de condiciones sí no todo depende abre paréntesis si imput entonces haz anda acciona di ve calla cierra paréntesis enter corre el programa código exitoso hasta que la pieza por el uso se canse y desgastada se repare o se tire
Notas
1 Filippo Tommaso Marinetti, “Volando sobre el corazón de Italia”, Crítica, (1926): 7, https://collections.library.yale.edu/catalog/10656478.
2 R. Bruce Elder, Dada, surrealism, and the cinematic effect (Waterloo: Wilfrid Laurier University Press, 2015), 21.
3 Irina Vaskes Santches, «La axiomática estética: esquizoanálisis y rizoma”, Praxis filosófica, no. 27 (2008): 16, https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i27.3331.
4 Vaskes Santches, “La axiomática estética”, 16.
5 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas (Barcelona: Pre-textos, 2004), 29.
6 Nicolas Bourriaud y Michèle Guillemont, Radicante (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2009), 22.
7 Christopher Hutchinson, “Postcolonial Thoughts: Book Review of Nicolas Bourriaud’s ‘The Radicant’”, Creative Thresholds, 26 de diciembre de 2013, https://creativethresholds.com/2013/12/26/postcolonial-thoughts-book-review-of-nicholas-bourriauds-the-radicant/#comments.
8 Syd Krochmalny, “¿Una Altermodernidad Centrípeta?”, Ramona, no. 98 (2010): 63, https://www.academia.edu/36740653/_Una_altermodernidad_centr%C3%ADpeta.
Referencias
Bourriaud, Nicolas y Michèle Guillemont. Radicante. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2009.
Deleuze, Gilles y Félix Guattari. Mil mesetas, 6a edición, traducido por José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta. Barcelona: Pre-textos, 2004.
Elder, R. Bruce. Dada, surrealism, and the cinematic effect. Waterloo: Wilfrid Laurier University Press, 2015.
Hutchinson, Christopher. “Postcolonial Thoughts: Book Review of Nicolas Bourriaud’s ‘The Radicant’”. Creative Thresholds. 26 de diciembre de 2013. https://creativethresholds.com/2013/12/26/postcolonial-thoughts-book-review-of-nicholas-bourriauds-the-radicant/#comments.
Krochmalny, Syd. “¿Una Altermodernidad Centrípeta?”. Ramona, no. 98 (2010): 60-63. https://www.academia.edu/36740653/_Una_altermodernidad_centr%C3%ADpeta.
Marinetti, Filippo Tommaso. “Volando sobre el corazón de Italia”. Crítica, (1926): 7. https://collections.library.yale.edu/catalog/10656478.
Santches, Irina Vaskes. «La axiomática estética: esquizoanálisis y rizoma». Praxis filosófica, no. 27 (2008): 245-267. https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i27.3331.