por Patricia G. Kasaeva, Haba Gallery.

“Mientras me limpio las manos de pintura se me embarra la boca de frutas” dice Maikel Sotomayor rodeado del colorido universo mitológico en que envuelve a su pintura. Frutas, sexo y paraíso se entremezclan con lo extraño. Una atmósfera entumecida y etérea que enrarece el idilio. Mito y realidad, no se sabe bien.

En este número de Parálisis, nos adentramos en el imaginario pictórico de Maikel Sotomayor, artista oriundo del oriente cubano, cuya obra naíf es testimonio sensible de una geografía interior en la que lo visible no se agota en sí mismo, sino que se abre como umbral hacia lo imaginario. El paisaje reencontrado como territorio que se revela al ser mirado, como si la visión fuera el acto que lo despierta, que lo nombra por primera vez.

Su pintura convoca una realidad que no está quieta ni cerrada: 

“El paisaje como activador de sentido de hallazgo y reencuentro, como sitio inexplorado. El replanteamiento de un espacio que se activa cuando es visto, detonando aquellas zonas canalizadoras del hombre en su necesidad de espacio físico y mental. Un paisaje que se muestra como quieto pero cómplice. Como murmullo. Me interesa el sentido de una imagen que evoca en un estado de concentración o descanso de ese espacio buscado dentro de él. Es una trabajo que habla del tránsito por indistintas zonas campestre. Aglutinando esas variadas maneras de asumir y comprenderlo en función de replantearse esa naturaleza acentuada en un universo asumido por la reinterpretación. La incitación a un nuevo estado de lectura. Que cuando miramos esa imagen naturalmente compuesta en el horizonte, asumo la necesidad de enfocar cada una de sus partes para así hacer un mejor registro. Y recordar, y renombrar…” 

En este gesto, el artista propone un paisaje a modo de conocimiento que no distingue entre lo real y lo fabuloso, sino que los enlaza. Es ese lugar que, como dice el propio artista, nos observa mientras lo observamos, la isla se convierte en un territorio donde lo visible (el paisaje, el campo, el mar) está impregnado de lo invisible: espíritus, leyendas, memorias telúricas, y donde se nos revelan verdades que de otra forma no podrían captarse.

Cada una de las nueve obras seleccionadas para este número dialoga con los textos, operando como contrapunto visual a las ideas de una realidad nacida del movimiento, del entrecruzamiento de capas sensibles y ficcionales. Es desde ese paisaje fantasioso, poético y mitológico de la obra de Maikel Sotomayor, donde se encuentra la génesis de lo real. Sus pinturas no son telón de fondo, sino agentes activos de lo sensible, cargados de energía simbólica, casi como personajes míticos. Un lugar donde la historia se confunde con el mito, activándola desde lo invisible, lo simbólico, lo arquetípico. Donde el tiempo se despliega como un campo de resonancias míticas, espirituales y simbólicas. Irrupciones imaginarias que fundan sentido.