Patricia G. Kasaeva (curator Haba Gallery) y Dayneris Brito (curator Fund. Brownstone)
La vida realza cada dia las cosas que debemos recordar.
Se esmera en potenciar la luz de las cosas vivas que transmiten hogar, calor,
Esas sonrisas con las que sientes familiaridad.
Esa peculiar sensación de estar bien,
Lo que sientes que cada dia es nuevo
Y que ese aire tan agradable inunda tus pulmones de una forma
Extrañamente conocida.
Una tranquilidad que se renueva,
Una paz que calma,
Un amor que vive.
Abuela
PD: glorificando la capacidad de aquellos que tienen o tuvieron alzehimer.
Recogiendo a retazos la sensación mañanera de volve a conocerte, cada dia.
Patricia G. Kasaeva
Si pudiésemos regular la memoria y borrar aquellos recuerdos menos agradables ¿lo haríamos? ¿Cuáles borraríamos? No hay duda de que la idea de una mente sin recuerdos es una de esas que seducen. Le sedujo a Michael Gondry para escribir Eternal Sunshine of the Spotless Mind; y a Christopher Nolan para realizar Memento. Si lo llevamos al plano del arte contemporáneo, cabría decir que es un denominador común también para otros tantos artistas visuales como Anselm Kiefer, Maya Lin, Christian Boltanski o Loui- se Bourgeois, obsesionados con la idea de la pérdida y/o la recuperación del pasado.
La memoria es aquella invasión del pasado sobre el presente, un ejercicio de la voluntad volcado hacia los recuerdos y una fuerza que reprime determinados eventos. De ahí que se relaciona en ocasiones con conceptos como la conciencia, la culpa y los ideales ascéticos. Lo que recordamos no es una sucesión de acontecimientos tal cual nos ocurrieron en la vida real, sino una una realidad percibida -y modificada por nuestro cerebro- de dichos acontecimientos. El nihilismo explicaría la memoria como un “ser animal” al que le sea lícito prometer. Lo que fundamenta el acto de memorizar con una intención implícita de no querer liberarse de algo, de ahí que se conecte al dolor como procedimiento mnemotécnico. Según los nihilistas, intentamos no olvidar para retener conscientemente aquello que no tenemos, que perdimos, o lo que no pudo ser por circunstancias ajenas a nuestra voluntad.
Siguiendo el hilo de la tendencia nihilista, el recuerdo encuentra su opuesto en el olvido, contrario a esa necesidad de aferrarnos que viene dada con la memoria. De manera que el olvido se reafirma como una potencia vital capaz de omitir y eliminar determinadas impresiones sobre la vida, significando entonces el cierre eventual de las ventanas de la consciencia para dar lugar al surgimiento de lo nuevo y de nuevas funciones y experiencias vitales, permitiendo la percepción temporal del presente, en tanto dicho presente no estará invadido por elementos o huellas del pasado.
Diríamos que memoria y olvido funcionan como dos fuerzas opuestas entre sí; la primera relacionada a los momentos de euforia y dolor y al “attachement”, y la segunda vinculada a la capacidad de dejar ir, del “dis-attachment”. Cuando Clementine Kruczynski (personaje femenino y co-protagónico de Eternal Sunshine of the Spotless Mind) decide someterse a un experimento de borrado de memoria para olvidar aquellos sentimientos amorosos que le hacían sufrir, Joel Barish, su ex-compañero, decide hacer lo mismo. Pero a medida que este último es sometido al proceso de exterminación de los recuerdos, existe un arrepentimiento tardío y una resistencia a la completa eliminación de dichos momentos vividos. Aún con el dolor que tales recuerdos le suponían, Barish (interpretado por el inigualable Jim Carrey) se resiste a la idea de olvidar completamente el amor, y hace lo posible por retener al menos un segundo de algún recuerdo que le trajese de nuevo a Clementine. Por lo que el cuestionamiento de Gondry pareciera ser simple: en caso que fuera posible regular explícitamente la memoria, ¿quién afirma que eso nos proveería la tan deseada felicidad?
Antonia del Río (Mallorca, 1983) y Jenny Feal (La Habana, 1991) son dos artistas aisladas en cuanto a su background político y social. Sin embargo, ambas han aprendido a regular sus instantes de memoria para su conveniencia, en función de desplegar una obra fuertemente vinculada al pasado y a la experiencia política de cada una, que dialoga en cualquier caso con sus historias de vida (pasada y presente). Justamente, sus obras son como cápsulas de memoria que llevan al campo de la creación estética el juego apetecible entre memorizar y olvidar, retener y soltar.
Tengo miedo a un día olvidarlo todo -exposición que coloca al archivo en el centro de su discurso -hospedada por La Galería by Lastcrit- es una puesta en escena común para dialogar sobre dichas cuestiones. Más allá de que sus discursos se cruzan en sensibilidades, inquietudes y modos de hacer comunes, Jenny y Antònia han entendido y aprehendido el olvido “animal”, según lo explica Nietzsche en Genealogía de la moral: como un mecanismo desertor que les permite separarse de toda la carga simbólica e histórica de sus pasados sociales, para revertir su presente en creación y en dimensión poética. Sus obras sitúan al olvido como sinónimo de resistencia y vía de creación, cuestionando también el peso y las consecuencias de su presencia.
¿Cuándo sabemos que olvidamos? ¿Es posible olvidar del todo? ¿Escogemos qué olvidar? ¿Lo escogemos consciente o inconscientemente? ¿Qué pasaría si un día lo olvidásemos todo?
Desde el plano de lo formal, las obras presenten aquí se cruzan donde nos referimos al trabajo con el objeto y lo artesanal, la vuelta hacia el oficio, el molde, el objeto encontrado y reutilizado, la puesta en escena de materiales cotidianos en diálogo con recursos poéticos, la recuperación del archivo y el documento, así como el interés por el libro y la edición como objetos conceptuales que marcan el rastro y el espacio impregnado de la consciencia.
Conceptualmente, las dos atienden al conocimiento y las estrategias que han servido históricamente a su construcción, la presencia de la biblioteca como metáfora del saber impuesto en contraposición al saber aprehendido, la deconstrucción vista en sus diferentes aristas (semántica, lingüística, histórica), la decolonización, las tensiones políticas en relación al sometimiento ciudadano, la transmisión de los saberes sociales, la censura y las zonas de marginalización producidas por los sistemas de poder.
Por otra parte diríamos que reproducen en su obra el peso del viaje, contextualizado en dos tipos de desplazamientos diversos e igual de válidos: la migración intercontinental y por ende intercultural, lingüística y económica, y la migración local que, planteándose dentro de una misma zona geográfica, representa de igual modo sustituir ciertas costumbres, lingüísticas, culturales e identitarias dentro de un mismo país y bajo una misma bandera. Para ambas, la memoria es la base, una guía sensible del proceso de aprendizaje. Aquello que cargamos con nosotros cuando transitamos por la vida, y aquello que adoptamos al llegar a un nuevo contexto. La familia, la nostalgia, lo delicado, lo que nos duele dejar atrás y lo que nos impulsa a seguir. De dónde venimos y a dónde vamos. Los cuidados tradicionales, la presencia de los abuelos y la estructura doméstica.
Siendo así, se ha querido que tanto las obras como la coreografía museográfica que conforman esta exposición tracen un recorrido ligero por un espacio doméstico tradicional. La primera sala que da entrada a la muestra comienza con lo que vendría siendo el patio trasero, el espacio de meditación propicio para tomar el sol, con la presencia de dos instalaciones que hablan entre sí como: A la sombra y con sombreros (Jenny Feal, 2020) y Silencio; (Antònia del Río).
Continuando la visita, llegaríamos a lo que fuera el salón principal de la casa, precedido por el “sillón” familiar o banco de mimbre (Pienso que tus versos son flores que llenan tierras y tierras; Jenny Feal, 2019) y las fotos de la familia (Indicios de familia, Antònia del Río, 2006) y (Sábanas Frías; Antònia del Río, 2008), desde donde se enuncia la presencia de los abuelos, y la estampa poética de aquellos que ya no están.
En el centro de la sala hay un punto de ruptura (Magatzem de la memòria, Antònia del Río); una obra que vendría a ser el ojo del huracán si se quiere, el punto cero desde el que se proyecta la museografía de la exposición, y al mismo tiempo, la obra que delimita el área de la sala de estar y da paso a la habitación, el espacio de reposo y de conserva de las pertenencias más íntimas y las joyas preciadas heredadas, que es decir también los recuerdos más recónditos.
En el dormitorio se situaría entonces los cajones de los objetos valiosos (Habitar; Antònia del Río, 2006) y la biblioteca personal (La biblioteca ausente; Antònia del Río, 2009-2011), desde donde el conocimiento se consume -y se deconstruye- al tiempo que se duerme y respira.
Seguimos esta deriva y arribamos a la cocina, donde restan los platos (Diario; Jenny Feal, 2014-2016) como ese elemento típico de dicha zona doméstica, asociado principalmente a las madres y al trabajo doméstico familiar, donde se comparten las comidas y las sobremesas. Son en los platos donde se escribe la historia paralela de dicha casa: las habladurías, los chismes del vecino, los secretos familiares, donde se lee la prensa, etc. En la última sala entramos al jardín, el área que marca el fin del recorrido y que deja ver el Trofeo (Jenny Feal, 2019) final como recompensa de la memoria guardada y el olvido acumulado: la trenza donde se tejen años y años de vida común compartida. No termina el público sin antes sentir el olor a barro y la tierra del jardín (Dis-attachment, Jenny Feal, 2023) una instalación hecha in situ, en conjunto con los Sueños de Parafina (Antònia del Río, 2006).
La propuesta curatorial de esta exposición parte de que las dos artistas trabajan con una motivación común, los recuerdos familiares, tema que supera la distinción cultural y conecta empáticamente ambas líneas de pensamiento. A lo largo del recorrido no es obvio diferenciar la autoría de las obras porque ambas acaban relacionando sus obras a nivel material y de factura. El color blanco relacionado al olvido, al vacío, y el color sepia relacionado con la tierra, las raíces y el pasado, se convierte en la paleta común durante toda la exposición. Los elementos domésticos que evocan las obras se encuentran en un marco referencial también común para el visitante, permitiéndole de esta forma encontrar un lugar común para sí mismo y conectar profundamente con el discurso.
Definitivamente la memoria es un tema nostálgico a la vez que temeroso. Perder el recuerdo o tomar consciencia de lo que ya no recordamos, de las caras que se nos borran de la mente, o las voces y olores que ya no volverán, es un miedo común que experimentamos todos, esencialmente con aquellos momentos de nuestra vida que nos afincan a la tierra, nos solidifican y nos hacen fuertes. Dejar de recordar o no confiar en la veracidad de nuestros recuerdos hace retumbar nuestros cimientos. Luchar por conservarlos intactos es tan imperativo como imposible.
Llegados al final de la exposición, invitamos al visitante a escribir en nuestro LIBRO DE VISITAS la respuesta a la pregunta ¿Qué tienes miedo a olvidar? que puedes consultar en ESTE ENLACE.