Mauro Rosal
Doctorando en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Profesor Superior en Composición con Medios Electroacústico. Profesor e investigador en la Universidad Nacional de Quilmes.
RESUMEN
El presente artículo tiene como objeto pensar las relaciones posibles entre filosofía, música y política. Para ello, proponemos partir de la lectura cageana del silencio como sonido no-intencionado y, desde ahí, revisitar el diagnóstico hecho por Spivak acerca de la imposibilidad de hablar que sufre el sujeto subalterno.
PALABRAS CLAVES: silencio, sonido no-intencionado, deconstrucción, sujeto subalterno.
ABSTRACT
This article aims to think about the possible relationships between philosophy, music and politics. To do this, we propose to start from the Cagean reading of silence as an unintended sound and, from there, revisit the diagnosis made by Spivak about the impossibility of speaking suffered by the subaltern subject.
KEYWORDS: silence, unintended sound, deconstruction, subaltern subject
INTRODUCCIÓN
“¿Puede hablar el sujeto subalterno?” es un texto clave de Gayatri Spivak en donde piensa la situación que atraviesa el sujeto subalterno en su India natal [1]. Allí inicia una discusión con Gilles Deleuze y Michel Foucault y, para dar respuestas, repone su marco conceptual: la filosofía derrideana, el marxismo, el psicoanálisis y el feminismo. Desde el inicio la estrategia de Spivak se liga a la de Derrida, es decir, trata de mostrar algo que se ausenta en el texto. En el comienzo del escrito critica que Deleuze y Foucault se enfrentan a una concepción de sujeto autónomo y occidental, promueven una heterogeneidad de la otredad y, sin embargo, tratan al Otro desde una posición ideológica que lo convierte en parte de una estructura socio-económica de clase sin un nombre propio, nombre que los intelectuales como ellos sí pueden tener. Aquí comienza el problema central: ¿de qué modo puede ser una operación de silenciamiento el hecho de reconocer la heterogeneidad del Otro a partir de determinados lugares de clase? Acerca de la relación que establecen sobre el poder, el deseo y el interés, Spivak nos dice: “[…] se ubican a sí mismos entre los sociólogos burgueses que llenan el vacío de la ideología con un continuum del “inconsciente” o con una “cultura” para-subjetiva […] La matriz para-subjetiva aparece entrecruzada con la heterogeneidad, que viene a dar en el sujeto innominado, por lo menos, para aquellos obreros intelectuales que están bajo la influencia de la hegemonía del deseo” [2]. Por otra parte, la cuestión del habla está fuertemente marcada por otro de los grandes tópicos derrideanos: la representación. Spivak nos invita a reflexionar sobre dos sentidos posibles del término: de un lado, el que se utiliza en el arte y en la filosofía (ocupar el lugar de algo, traer a la presencia); del otro, el que se utiliza en la política (ser la voz del otro, su apoderado). Esta doble condición es la que permite a Spivak dar un giro importante sobre la posibilidad que tiene el subalterno de hablar [3].
Aquí vamos a pensar la imposibilidad del habla como una forma del silencio, reponiendo la noción de sonido no-intencionado propuesta por John Cage a partir de la experiencia en una cámara anecoica en 1951. Algunas cuestiones que guían nuestra propuesta son: ¿de qué modo operaría en la pregunta inicial el reemplazo del “puede” por un “debe”? Si el sujeto subalterno es arrojado al silencio ¿cómo puede ser pensado ese silencio? ¿De qué manera podría dar respuesta la concepción cageana del sonido no-intencionado? Si, como afirma Derrida, nunca se habla más que una lengua pero, al mismo tiempo, nunca se habla una única lengua, ¿cómo podría llevarse esta idea al silencio: nunca se calla más que un silencio y nunca se calla un único silencio? ¿Cómo la apertura al otro, la hospitalidad, se abre en la posición que toma Spivak al recoger el gesto silencioso de la mujer subalterna?
EL SILENCIO: LO (IM)POSIBLE
Gayatri Spivak se pregunta si el sujeto subalterno puede hablar. Quizás ese “poder” sea un “debería”, pero, en todo caso, lo que aparece es el silencio de ese mismo sujeto. Luego vamos a volver sobre la relación entre “poder hablar” y “deber hablar”. Quisiéramos hacer un pequeño rodeo que nos permita una reflexión sobre el silencio.
En el año 1951, John Cage, compositor que intentó una estética que tomara distancia de la hegemonía de la música europea, realiza una experiencia que cambiará su práctica artística [4]. Esta experiencia consistió en encerrarse durante algunos minutos en una cámara anecoica [5]. Al salir le comenta sus sensaciones al ingeniero de sonido que operaba en la sala: oyó dos sonidos, uno agudo y otro grave. Cage pudo escuchar la actividad de los sistemas nervioso y circulatorio. Esto llevará al compositor a sostener que la oposición binaria entre sonido y silencio es una invención de la música y que, en un sentido más preciso, conviene hablar de sonidos intencionados y sonidos no-intencionados [6]. Esto quiere decir que el silencio es imposible. La vida es imposible en silencio. Así, hay dos modos de ser del sonido: uno que responde a la intención de un sujeto, sea una composición musical, palabras, onomatopeyas, etcétera. Pero hay un modo de ser que es independiente de la decisión de cualquier individuo y que no puede reducirse a la noción de silencio como opuesto al sonido. Por eso, además de no poder sostener al silencio más que en términos ideales, tanto una forma de ser como la otra conviven irremediablemente y, por eso mismo, ambas son partes de un juego diferencial. Tanto el sonido intencionado como el no-intencionado sirven para formar pero también para in-formar(se), uno al otro. Por todo esto, sonido, sonido ambiente, ruido y silencio no tienen límites claros.
UN PUENTE ENTRE CAGE Y SPIVAK: DERRIDA EN DE LA GRAMATOLOGÍA
Como ya dijimos, una de las mayores influencias de Spivak es Jacques Derrida. La primera traducción al inglés de De la gramatología fue realizada por ella y dada la extensión de su prólogo, terminó siendo editado como un libro separado. Las ideas fundamentales que allí trata Derrida son las que lo acompañarán en el resto de su obra y son las que pueden ayudarnos a entender el problema del sujeto subalterno tal como lo aborda Spivak.
El punto central de De la gramatología es mostrar cómo la tradición filosófica europea tuvo, desde sus inicios, un supuesto irrefutable: el logocentrismo. Mientras éste es pensado como la metafísica de la escritura fonética, la gramatología es pensada como el fin del libro y la aparición del texto [7]. El logocentrismo encuentra la esencia del lenguaje en la presencia. Para ello, otorga un privilegio al habla. El discurso oral trae a la presencia lo que dicta el pensamiento y se asegura la perfecta transferencia del sentido. De esto se deduce que el logocentrismo va a desconfiar de la escritura dada la ausencia del enunciador y la posibilidad que tiene de diferir los sentidos. Según Derrida, esto atañe sólo a la escritura fonética. Se la presenta como una representación de otra representación. Sin embargo, Derrida piensa la escritura como inscripción, es decir, institución durable de un signo. De este modo, la escritura cubre el campo de todos los signos lingüísticos. El mundo es el espacio anterior donde la escritura hace su inscripción para institucionalizarse. Lo importante aquí es que la grafía no está ligada a un significante actuando como otro significante sino que está ligada a una huella institucionalizada. Esta huella es la pura diferencia, no es un ente presente, y es anterior a toda forma del signo. Mientras que la metafísica de la presencia opera en la linealidad temporal, determinando una única lectura posible, la gramatología accede a través de una temporalidad no-lineal y pluridimensional. Por este motivo, Derrida habla de una archiescritura que nunca puede ser traída a la presencia, posibilitando, finalmente, una archihuella, es decir, la anulación de todo origen. En este contexto general, opera la deconstrucción. Lo que propone es la recuperación de sentidos en una operatoria de re-lectura que nunca puede agotarse a sí misma. Esto significa, a fin de cuentas, la apertura a lo incondicional e infinitamente otro [8].
Nos toca entonces ver en qué sentido la posición derrideana podría encontrar una conexión con la cageana. El silencio en el tiempo se asemeja al espacio de la hoja en blanco. Existe una relación de figura-fondo donde opera una suerte de receptáculo, de contenedor de ideas, un vacío que es también un suplemento: una pieza musical dura una determinada cantidad de tiempo que se encontraba silencioso, un texto se expande una determinada cantidad de caracteres o palabras. El fondo es el blanco, la ausencia. Pero desde toda la tradición, que se inaugura con Platón, es la condición necesaria para que el texto aparezca. Entonces, lo central y el suplemento se estabilizan en una relación complementaria.
A partir de la lectura derrideana, la relación primario/secundario se torna inestable desde el momento en que operan el espacio y el tiempo pluridimensionalmente, dando lugar a las funciones de temporización y de espaciamiento.
¿Cómo hacer discernibles el fondo, el espacio, el tiempo, la hoja en blanco, y el silencio? y de hacerlo, ¿por qué suponerles un carácter secundario? Pensemos en una pieza musical. Sobre el silencio se colocan sonidos, y el silencio sólo se escucha cuando el sonido se ausenta. Este abordaje nos coloca ante una oposición metafísica: sonido/silencio. Lo primario, el sonido, es la verdad de la música. Lo secundario, el silencio, es su suplemento. Pero a lo largo de una pieza comienza a replegarse el propio espacio de desarrollo. En cada pliegue, la música se abre en su propia condición de posibilidad que es el silencio.
Esta música, ¿no procede a un archi-sonido? Quizás aquí encontremos el mayor acierto en la lectura cageana. La experiencia de la cámara anecoica devuelve una imposibilidad: la del silencio en la vida y la ausencia de un ritmo. El sonido está inmerso en el espaciamiento y la temporización de la vida. Por lo tanto, podemos suponer que el lugar del archi-sonido es tal que siempre se abre dando espacio a cualquier sonido: intencionado o no. La oposición sonido/silencio sería el ocultamiento de esta condición, tal como la oposición habla/escritura pretende ocultar lo diferido de todo texto. El juego ininterrumpido de diferencias entre sonido y silencio puede modificar la primariedad o secundariedad dentro de la oposición ontológica, siendo partes irreductibles de un origen no cognoscible. En esto podemos ver además que hay un carácter condicionante siempre abierto del contexto: un concierto, la naturaleza, el opresor frente al oprimido, etcétera [9].
El sonido que oculta y silencia al archi-sonido ocupa un espacio cuyo fondo se borra para concretar su operación. Esta represión se acompaña con algún modo de organización cuya supremacía se impone. Así, el sonido queda atrapado en los mecanismos discursivos y cede su valor de acontecimiento sonoro a costa de la integración en un sistema.
ENTRE EL PODER, EL DEBER Y EL QUERER
En La voz y el fenómeno, Derrida emprende una discusión con la fenomenología husserliana [10]. Husserl propone un sentido doble al término signo: por un lado es “expresión” y por el otro es “señal”. El signo como expresión evoca al signo en general, mientras que como señal evoca a un signo sin expresión, clasificación que no equivale a decir sin significado. La expresión es puramente lingüística y reviste una logicidad pura. Se asocia al logos en tanto es phoné, el “querer decir” del discurso [11]. La señal mantiene un tenor indicativo. Así, la diferencia entre expresión y señal es más funcional que sustancial. Un mismo fenómeno puede ser, según la vivencia, un signo tanto discursivo como no discursivo.
La fenomenología pretende describir la objetividad del objeto, la presencia del presente y la objetividad de la presencia mediante un adentro, conciencia, que se relaciona con el afuera en general. Este movimiento husserliano es el intento de recuperar el solipsismo y evitar que la expresividad sea un caso particular del signo como señal, en tanto que todo signo es indicativo.
Derrida critica que esta distinción entre tipos de signos está hecha sin antes preguntarse sobre el concepto de signo en general. La actitud de Husserl es indagar sobre sus géneros y no sobre su forma. El proyecto fenomenológico se mantiene en los límites de la metafísica en tanto le atribuye un lugar de exterioridad a la señal con respecto a la expresión: Husserl busca hacer una abstracción que separe lo “indicativo” del signo. En este punto, Derrida se pregunta si las diferencias conceptuales husserlianas, tales como hecho/esencia o trascendental/mundano, no se despliegan a partir de la separación entre tipos de signos.
El signo como expresión, como “querer decir”, se relaciona fuertemente con el habla, con el discurso oral. Para Husserl, la expresión es la salida fuera de sí de un acto, es hacer exterior lo interior a través de la voz hablada y fenomenológica; es siempre intencional y expresa una idealidad mundana. Derrida sostiene que el gesto corporal, incluso durante el habla, está cargado de expresión (aun cuando para Husserl no dice nada porque “no quiere decir nada”); con esto, Derrida muestra la irreductibilidad de lo indicativo en el lenguaje, es decir, muestra la imposibilidad de separar la señal en el signo. La manifestación del discurso siempre opera en una función indicativa. En todo discurso, por lo tanto, hay una función indicativa, aun cuando el “querer decir” no está plenamente presente sino diferido.
Toda forma de logocentrismo está acompañada por la posibilidad absoluta de instalar una verdad. Cuando Spivak se pregunta si el sujeto subalterno puede hablar, lo hace desde el interior mismo en que ese sujeto se sitúa. Ese contexto no da lugar al habla del subalterno porque puede sostener una noción de discurso basada en la expresión, es decir, en la exteriorización no diferida de la conciencia individual. Entonces, Spivak dice mucho más; que el subalterno no pueda hablar significa que el dominante lo transforma en una entidad a la que se le niega su condición singular dentro de la sociedad. No tiene un “querer decir”. Sólo le resta la señal. Ahora bien, cuando retomamos las ideas derrideanas al respecto, podemos suponer que Spivak está considerando que la separabilidad entre expresión y señal es una estrategia de dominación. Entonces, el sujeto subalterno posee algo que se manifiesta de modo plenamente indicativo, y que Spivak recoge en su texto. Así, la pregunta sobre el puede y el debería es una cuestión que se nos abre en diversos caminos. Si el subalterno se expresara, manifestara algún “querer decir”, se produciría una batalla en términos políticos. Pero, a su vez, para que ese decir pueda efectivamente ser realizado necesita de la escucha previa de lo indicativo sobre lo que Spivak abre sus oídos intentando revertir la condición de arrojo a la que se somete al subalterno.
PODER HABLAR, PODER CALLAR
Estas nociones generales quizás puedan ayudarnos a entender la pregunta de Spivak y, en principio, su vuelta a Derrida. La filosofía de la deconstrucción es una propuesta de lectura en los límites, en las fronteras del texto. Es una filosofía de la otredad en tanto que siempre intenta recuperar lo que se ausenta. ¿Qué querría decir, aquí, estar ausente? Posiblemente esa falta es un silencio, un pliegue que se repliega de tal forma que se oculta o es ocultado. Pero, ¿qué silencio es el que opera? Aquí podemos pensar en un sonido no-intencionado, un sonido obligado, pero que finalmente nos habla. El silencio no se oye. Spivak presta su pluma a la escucha. Y si hay tal escucha, hay también algo que se presenta, que debe ser puesto en palabras. Su intención es esa. El sujeto subalterno no puede hablar, está sometido y seguramente quisiera gritar aunque no tenga la posibilidad de ser oído en su propia sociedad. Spivak recoge ese grito silencioso y lo expone como tal: como ese sentir desesperado del olvidado. Lo que podemos leer en esta posición es que la constitución del sujeto colonial se produce con la anulación asimétrica de la huella del Otro, es decir, se produce desde una acción revestida de violencia epistémica.
El mismo uso del concepto de comunidad se torna problemático porque implica una distinción violenta: es necesario separar a los que pertenecen de los que no lo hacen. El Otro se expulsa, es un extranjero. No hay hospitalidad posible. Dar el lugar al Otro es abrir las puertas de nuestra casa; pero para que esto no sea un gesto de agresión mutua sólo podemos pensarlo en una comunidad por-venir. Aquí toma importancia la posición de Spivak: “Derrida, entonces, no proclama que «se deje hablar al otro/ a los otros», sino que convoca a un «llamado» al «otro por completo» (tout-autre, como opuesto al otro que se afirma a sí mismo) para «transmitir a modo de delirio esa voz interior que es la voz del otro en nosotros»” [12].
El sujeto subalterno es un extranjero en su propio país, desplazado de las estructuras socio-económicas. Sin una posición hospitalaria es expulsado. La hospitalidad es la apertura al Otro y no trata solamente de un dejar hablar sino de un abrirnos incondicional: “[…] la moralidad objetiva de la que hablábamos la última vez supone el estatuto social y familiar de los contratantes, la posibilidad para ellos de ser llamados por su nombre, de tener un nombre, de ser sujetos de derecho, interpelados y pasibles, imputables, responsables, dotados de una identidad nombrable, y de un nombre propio” [13]. Si la hospitalidad trata de una apertura mayor, entonces la voz silenciada puede ser escuchada en lo imperceptible de su audibilidad. Spivak vuelve sobre la construcción del sujeto de conocimiento que hace el etnocentrismo y en cómo Derrida intenta desjerarquizarlo. Ese es un punto central en la discusión sobre la posibilidad de una verdadera hospitalidad: no es realizable si una de las partes se impone como el sujeto del pensamiento. La destrucción de la metafísica coincide con la destrucción del etnocentrismo europeo. La ausencia de un centro u origen abre el juego a la suplementariedad.
Retrotraer el silencio a un origen es una estrategia de ocultamiento. El inicio, el momento fundacional del significado/significante, esconde una concepción del sujeto atado a los condicionantes de la modernidad. Afirma significados cerrados, definidos completamente, que el sujeto, en tanto tiene una completa autonomía racional, debe descubrir. La cuestión del Otro y su voz es un problema que se anuda con la idea de sujeto europeo.
La heterogeneidad del sujeto subalterno se hace evidente en la lengua. No puede usar la lengua del dominador y sólo puede responder con silencio. Se encuentra entre una imposición léxica y una imposibilidad de toma de conciencia; mantiene un silencio audible [14]. Quizás la intencionalidad no dependa sólo de la decisión o de la voluntad de un emisor:
¿Puede realmente hablar el individuo subalterno haciendo emerger su voz desde la otra orilla, inmerso en la división internacional del trabajo promovida en la sociedad capitalista, dentro y fuera del circuito de la violencia epistémica de una legislación imperialista y de programa educativo que viene a complementar un texto más temprano? […] no se puede dejar de insistir sobre el hecho de que el sujeto subalterno colonizado es irrecuperablemente heterogéneo. [15]
¿Cuál es el origen perdido? ¿Qué se podría recuperar con él? Aquí, Spivak parece darnos la clave de su razonamiento cuando habla de la nostalgia por un origen perdido que puede afectar el conocimiento de las realidades sociales que conforman al imperialismo. Tal nostalgia implica la posibilidad de recuperar un origen, hacer presente mediante la voz a la verdad y, por lo tanto, el deber de ser impuesta al Otro. Contra esto, la idea de una archihuella pluridimensional y no-lineal puede servirnos como respuesta.
El silencio se pliega. Lo no-intencionado del sonido no puede ser reducido a un sentido. El silencio también se abre. ¿Qué sucede en el arrojo al que es sometida la mujer subalterna? Podemos, al menos, desarmar el camino en un primer pliegue: la mujer india calla porque es mujer en una clase social postergada de un país con un alto nivel de pobreza, la mujer india calla porque es mujer dentro de una sociedad particular, la mujer india calla porque es mujer de un hombre. Su silencio, al menos, calla todo esto. Se abre un discurso silencioso que habla de una denuncia. Cuando Derrida inicia El monolingüismo del otro propone dos hipótesis que, en principio, se contradicen: nunca se habla más que una lengua pero, al mismo tiempo, nunca se habla una única lengua [16]. El hecho de no poseer la lengua propia tiene que ver con la dominación, la colonización, la situación del huésped/amo/colono. Ahora bien, el amo, por las mismas hipótesis que propone al inicio del texto, nunca tiene la propiedad de la lengua; en su lugar, opera una fuerte afirmación para formar una creencia: “[…] mi hipótesis es que nunca hay apropiación o reapropiación absoluta” [17]. Este doble juego de la lengua, como propia y como ajena, da lugar a una articulación entre una universalidad trascendental u ontológica y una singularidad testimonial o martirizada. La ipseidad misma es el resultado de la lengua; no hay un yo pensante con anterioridad a ella. Ahora, la operación de colonización, a través de la lengua, tiende a borrar los pliegues y achatar el texto: “El monolingüismo del otro sería en primer lugar esa soberanía, esa ley llegada de otra parte, sin duda, pero también y en principio la lengua misma de la ley. Y la Ley como Lengua” [18].
¿Entonces qué sucede con el silencio? Nunca se puede hablar más que una lengua que tampoco es una con ella misma; parece, aquí, que tampoco nunca se puede callar más que un silencio que no es uno con él mismo. Arriba mencionamos algunos de los pliegues del silencio de la mujer subalterna. Parece que esta noción de sonido no-intencionado no puede ser, finalmente, silenciado. El sonido y la lengua puede ser dominada; el silencio no se puede callar. Sin embargo, toda su fuerza radica en la posibilidad de que el Otro pueda prestar el máximo esfuerzo de su oído y pueda, en la lengua del que domina, hacerlo intencionado; tal parece el gesto de Spivak. Esto es, también, la apertura hospitalaria, es la llegada del Otro en el silencio y es el silencio llegando al Otro, produciendo un efecto diferencial, abriéndo(se) hacia una escucha (im)posible.
CONCLUSIÓN. AL FINAL, EL SILENCIO
El indigente es quien sufre el despojo sostenido y creciente de aspectos jurídicos; hecho que rompe todo lazo de ciudadanía. El gesto de Spivak intenta recoger una responsabilidad ética. La deconstrucción hace saltar por el aire el silencio del subalterno, entendiendo a ese silencio como sonido no-intencionado.
El sujeto subalterno no puede hablar, debería pero no puede hacerlo. Spivak inicia un camino que está siempre por venir. La voz del subalterno se escribe en una lengua que no es la suya pero tampoco es única y ajena a ella; el silencio opera como el sonido y la voz audible, se pliega en sí mismo infinitamente, es un sonido no-intencionado que, aún de modo indicativo, expresa la fuerza del sometimiento y del despojo.
Aparecen así esos dos modos de la representación: en primer lugar, si no hay origen es porque siempre hay representación, es decir, antes de la oposición entre sonido y silencio hay un archi-sonido que la metafísica de la presencia intentó borrar para otorgar un valor de verdad absoluto al sonido; en segundo lugar, Spivak representa en su escritura un silencio imposible produciendo un texto que, al mismo tiempo, lo deconstruye.
La tarea actual, para Derrida, es dislocar el oído-filosófico. El tímpano es el órgano que produce el efecto de proximidad; es el órgano del logocentrismo; es allí, entonces, donde debemos poner la mayor atención. La autoafección de la conciencia sólo puede ser una hetero-afección, hecho que muestra la imposibilidad de recuperar el solipsismo y la objetividad como fines alcanzables. Aquí, esta hetero-afección se traduce en la contaminación diferencial que produce el sonido no-intencionado del subalterno en el discurso hegemónico. Es en este sentido que esa apertura al Otro es la condición de posibilidad para una hospitalidad incondicionada.
NOTAS
[1] Podemos entender al sujeto subalterno como el individuo desplazado en un nivel inferior de la esfera política y jurídica. En este texto hay un doble condicionamiento: por un lado, la cuestión del género femenino en una sociedad patriarcal; por el otro, los condicionamientos socio-económicos de clase.
[2] Gayatri Chakravorti Spivak, “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” Trad. José Amícola, Orbis Tertius 3 núm. 6 (1998): 4.
[3] “Mi lectura consiste, entonces, en que una práctica radical presta atención a esta doble sesión de las representaciones más que a reintroducir al sujeto individual mediante conceptos totalizadores de poder y de deseo” Spivak, “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”, 11.
[4] cf. John Cage, Silencio, trad. Marina Pedraza (Madrid: Árdora, 2007).
[5] Las cámaras anecoicas son salas que tienen un alto grado de aislación acústica que, por lo general, suelen utilizarse para tomar muestras de sonidos que luego son procesadas.
[6] La clasificación que Cage propone es, sin duda, uno de los principios que explican la composición 4´33´´.
[7] Derrida define la gramatología como: “Tratado de las letras, del alfabeto, de la silabación, de la lectura y de la escritura” Jacques Derrida, De la gramatología, trad. Oscar del Barco y Conrado Ceretti (México: Siglo XXI: 2012) 9.
[8] Spivak advierte sobre esta condición: “La deconstrucción parece ofrecer una salida a la clausura del conocimiento. Al inaugurar la inseguridad de final abierto de la textualidad –“colocando en el abismo” (mettre en abîme), como lo diría literalmente la expresión francesa–, vemos el encanto del abismo como libertad. La caída dentro del abismo de la deconstrucción nos inspira igual placer y temor. Nos intoxicamos con la posibilidad de jamás tocar fondo” Gayatri Chakravorti Spivak, Sobre la deconstrucción. Introducción a De la Gramatología de Derrida, trad. Nadia Volonté (Buenos Aires: Hilo Rojo editores, 2013) 181.
[9] “Todo signo, lingüístico o no lingüístico, hablado o escrito (en el sentido ordinario de esta oposición), en una unidad pequeña o grande, puede ser citado, puesto entre comillas; por ello puede romper con todo contexto dado, engendrar al infinito contextos, de manera absolutamente no saturable. Esto no supone que la marca valga fuera de contexto, sino al contrario, que no hay más que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto”. Jacques Derrida, Márgenes de la filosofía, trad. Carmen González Marín (Madrid: Cátedra, 1994) 361-362.
[10] cf. Jacques Derrida, La voz y el fenómeno, introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl, trad. Francisco Peñalver (Valencia: Pre-Textos, 1985).
[11] La relación fenomenológica entre la conciencia y el lenguaje los hace inseparables, irreductibles. La consecuencia es el privilegio de la voz, de lo fónico que conduce, según Derrida, a una forma de logocentrismo.
[12] Spivak, “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”, 27.
[13] Jacques Derrida y Anne Dufourmantelle, La hospitalidad, trad. Mirta Segoviano. (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2014) 29.
[14] “En un campo tan acotado como éste, no es fácil formular la pregunta sobre la toma de conciencia de la mujer subalterna. En este sentido, resulta más urgente recordarles a los radicales pragmáticos que una pregunta semejante no es simplemente un modo idealista de desviar la atención de lo que importa […] Me parece, sin embargo, que el problema de un sujeto mudo en el caso de la mujer subalterna, aunque no sea solucionado por una búsqueda “esencialista” de orígenes perdidos, no puede tampoco encontrar la respuesta en más teoría dentro del ámbito anglo-americano.” Spivak, “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”, 29.
[15] Spivak, “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”, 15-16.
[16] cf. Jacques Derrida, El monolingüismo del otro, o la prótesis de origen, trad. Horacio Pons (Buenos Aires: Manantial, 1997).
[17] Derrida, El monolingüismo del otro, o la prótesis de origen, 38.
[18] Derrida, El monolingüismo del otro, o la prótesis de origen, 58.
REFERENCIAS
Derrida, J. La voz y el fenómeno, introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl. Traducido por Francisco Peñalver. Valencia. Pre-Textos, 1985.
Derrida, J. Márgenes de la filosofía. Traducido por Carmen González Marín. Madrid: Cátedra, 1994.
Derrida, J. El monolingüismo del otro, o la prótesis de origen. Traducido por Horacio Pons. Buenos Aires: Manantial, 1997.
Derrida, J. De la gramatología. Traducido por Oscar del Barco y Conrado Ceretti.
México: Siglo XXI: 2012.
Derrida, J. y Dufourmantelle, A. La hospitalidad. Traducido por Mirta Segoviano. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2014.
Spivak, G. C. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” Trad. José Amícola, Orbis Tertius 3 núm. 6 (1998): 1-44. Spivak, G. C. Sobre la deconstrucción. Introducción a De la Gramatología de Derrida. Traducido por Nadia Volonté. Buenos Aires: Hilo Rojo editor