Ángela Guardado

Investigadora independiente

RESUMEN

El presente ensayo tiene por objetivo analizar el silencio en la literatura, particularmente el silencio del autor, que tiene lugar al escribir la obra y que está contenido en lo no dicho, así como su importancia para la decodificación, asimilación y apropiación del texto por parte del lector. Sin las regiones silentes en un texto literario ni el silencio del autor cuando concluye y publica su obra, el lector no podría participar para resignificarla e incluso robustecerla. Estos son los postulados de la Estética de la Recepción, iniciada por la Escuela de Constanza, la cual convierte el proceso de lectura como el centro del proceso literario. A esto se suma la teoría de la Muerte del Autor que igualmente pone al lector en papel protagónico permitiendo que el escritor se haga a un lado, en silencio, para que la obra adquiera vida y significado independiente.

PALABRAS CLAVES: literatura, estética, apropiación, Muerte del Autor.

ABSTRACT

This essay aims to analyze silence in literature, particularly the author’s silence, which occurs when writing the work and is contained in the unsaid, as well as its importance for the decoding, assimilation and appropriation of the text by the author. of the reader. Without the silent regions in a literary text or the author’s silence when he concludes and publishes his work, the reader would not be able to participate in resignifying it and even strengthening it. These are the postulates of the Aesthetics of Reception, initiated by the School of Constance, which makes the reading process the center of the literary process. To this is added the theory of the Death of the Author that also puts the reader in a leading role allowing the writer to step aside, in silence, so that the work acquires independent life and meaning.

KEYWORDS: literature, aesthetics, appropriation, Death of the Author.

SILENCIO

El otro día estaba escuchando una canción titulada “Silence is sexy” de una banda alemana llamada Einsturzende Neubauten. En la vida habré oído esta canción varios cientos de veces, pero en esa ocasión estaba inmersa en la reflexión sobre el silencio; por lo tanto, la escuché con nuevos oídos. La letra no es nada complicada, básicamente repite que el silencio es sexy, muy sexy, un divertimiento, soledad… y termina diciendo: solamente tu silencio no es para nada sexy (just your silence is not sexy at all).

Esta idea tan sencilla de pronto adquirió un sentido más profundo para mí. La canción, básicamente me ilustraba la polisemia del silencio, diciendo que en un coqueteo puede ser sexy, que el silencio de una persona reflexionando puede ser sexy… pero el silencio de esta persona en particular no lo es. ¿Por qué? Porque seguramente de esta persona se espera algo: que diga, que actúe, que insinúe, o que revele cierta información, y como no lo está haciendo está generando incertidumbre, angustia, ansiedad, desesperación, y no hay nada sensual en eso, al menos no para el que escribió la canción, quien probablemente está asumiendo lo peor o ya está aburrido de esperar ese algo.

Es que el silencio nos hace suponer cosas, detona actitudes, procesos; algo nos impulsa a rellenarlo, a interpretarlo y reinterpretarlo, porque no es satisfactorio por sí mismo. El silencio expresa un potencial, es un “tal vez”, claro que aquí estoy hablando del silencio dentro de un proceso de comunicación.

Existen muchos tipos de silencio, casi cada autor que se interesa en el tema tiene su propia clasificación y definición. Quizá el verdadero silencio es una utopía o un fenómeno físico que sólo puede existir bajo circunstancias ideales, más teóricas que prácticas. Sin embargo, las definiciones concuerdan más o menos en torno a palabras como: abstención, falta de (ruido), ausencia, omisión; y la acción de callar, no mencionar, o reprimir. Todos estos conceptos pueden aplicarse a un sinfín de fenómenos, no obstante, en el presente texto nos enfocaremos al silencio en la literatura; refiriéndome a la literatura como un despliegue de lenguaje escrito con características especiales definidas, y fines comunicativos.

Puede ser que uno se pregunte: ¿si el proceso de escritura y el proceso de lectura ocurren mayormente en silencio, de qué silencio estamos hablando aquí? De acuerdo a las palabras claves antes mencionadas, con el silencio en la literatura nos estamos refiriendo más que nada a ausencias, a omisiones, a la creación de espacios vacíos, al uso estratégico del lenguaje para revelar poco a poco el Mensaje o sugerirlo; aunque el silencio puede ser también parte de la narración y, así mismo, ser literalmente la falta de ruido en la que el lector desentraña la historia, o el autor la escribe.

Dicho de otro modo, en la literatura encontramos diversos tipos de silencio, puede ser sonoro cuando se escribe y se lee; pero dentro de la obra es de carácter “retórico” al provenir del autor de forma voluntaria o involuntaria; puede existir en los personajes o en torno a ellos, o bien, puede manifestarse como un personaje mismo (generalmente antagonista, común en los géneros líricos, aunque no exclusivo). Igualmente, podemos percibir el silencio de forma visual en espacios y signos de puntuación como los puntos suspensivos, muy presente en la poesía (y a veces abusado en la poesía) [1].  

Podría tratar de abarcar cada uno de estos tipos de silencio, pero la verdad es que no nos alcanzarían las páginas, y además de lo que realmente quiero hablar es del silencio del autor, y cómo en él se logra incluir al lector para que se produzca el diálogo y la creación de la obra literaria [2].

EL SILENCIO DEL AUTOR

El silencio es como el frío y la oscuridad, existe por ausencia, aunque contrario a estos fenómenos pueda ser cálido y luminoso. Lo que quiero decir es lo que dijo Susan Sontag [3], que el silencio implica a su opuesto y depende de él, existe por oposición a algo. Como estamos hablando de literatura y su región es el lenguaje, parecería fácil creer que el silencio ocurre en oposición a éste, es decir, que sería la ausencia del lenguaje. Sin embargo, es más que eso porque sabemos que el silencio también es lenguaje. Se me ocurre que lo “más opuesto” al silencio en la literatura podría ser la palabra o la idea interpretada, porque (en mi razonamiento) el silencio existe previo a la palabra, después de la palabra y, en cierta forma, dentro de la palabra (enfrentado al significado).

Antes del autor hay silencio, el autor está silente y de pronto algo en su fuero interno lo impulsa a pensar/escribir; cuando decide hablar de algo, de forma consciente o no, ha elegido también callar lo demás, visibiliza lo que quiere, desatiende lo que no. Su palabra general hace luz y hace sombra sobre determinados temas en su contexto histórico social. No conforme con esto, el desarrollo del texto perpetúa el acto de silenciar, no sólo se elige qué decir sino cómo decirlo. De este modo produce también su propio claroscuro [4], se debe ensombrecer una parte para iluminar, visibilizar, resaltar, expresar, otra. Como ejemplos pensemos en el subtexto, que es todo aquello que se dice sin decirlo: una crítica social, una venganza personal, y también dediquémosle un segundo a los finales abiertos, otra evidencia del uso estratégico de las omisiones.

La obra se va tejiendo desde el silencio, en un silencio contemplativo, donde se piensa y se busca la palabra exacta, la que ha de decir lo que se quiere decir, la que ha de callar lo que no; la que ha de insinuar aquello que no se quiere decir directamente, la que ha de guiar y la que ha de despistar. Escribir es borrar, escribir es callar, de lo contrario tendríamos textos saturados de palabras, de descripciones tediosas e interminables, y de verborrea pretendiendo decirlo todo. Escribir es renunciar, primero a la página en blanco, a la hoja callada; luego a las imágenes exactas. El autor por más que quiera, por más que se esmere en plasmar su mundo y visión, sólo puede sugerir frases, ideas, conceptos e historias a medias. Eso lo sabe muy bien, por eso debe ser finamente selectivo con sus palabras y omisiones, algo así como un fotógrafo que debe retratar un cuerpo desnudo en la penumbra, consciente de que el otro sólo verá fragmentos y que a través de estos se tiene que revelar lo justo y necesario de su visión; quizá si se enfoca demasiado en el pie, el rostro se haga invisible, y eso será conveniente o no dependiendo de lo que se busca.

Después, el escritor termina ese juego íntimo y pone un punto final, dando inicio a la vida del texto. Técnicamente comienza algún proceso editorial, pero vamos a irnos directo al lector. El autor hace entrega del texto a quien lo pueda y quiera recibir, se retira de la escena y da paso al lector para que realice su decodificación. Este es el momento en que, en palabras de Barthes “la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte” (…) por que el “nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor” [5]. (Estrictamente hablando, Barthes sugiere que el inicio de la muerte del autor ocurre durante el proceso de escritura, pero sólo es cuestión de perspectivas, para algunos empezamos a morir cuando nacemos, para otros es cuando fisiológicamente el cuerpo da ese salto de un estado a otro, Barthes sería de los primeros).

LA RECEPCIÓN DEL TEXTO, EL ROL DEL LECTOR

El escritor ya hizo, ya dijo, ya iluminó, ya oscureció, no le queda nada más por hacer que apartarse. Viene una nueva etapa, igual de importante: la de la interpretación del texto. Para esto me apoyo en los postulados de la Estética de la Recepción teorizada en La Escuela de Constanza, Alemania, a partir de la segunda mitad del siglo XX, los cuales supusieron un cambio de paradigma de los estudios literarios.

Para no hacer el cuento largo, antes de los postulados de la Escuela de Constanza, dominaban dos corrientes para el estudio de los textos literarios: el Formalismo Ruso durante las primeras décadas del siglo XX y luego el estructuralismo de la Escuela de Praga ya por 1935. El formalismo fue punto clave para comenzar a tomar la literatura en serio, nace la teoría literaria y la crítica literaria, sin embargo, al querer tratar a la literatura como una ciencia, sus planteamientos resultaban un poco rígidos e incluso arbitrarios. El estructuralismo fue la evolución del formalismo, siguió más o menos los mismos fundamentos logrando importantes aportaciones para el análisis de textos.

No obstante, el desarrollo del pensamiento filosófico en otras partes de Europa fue empujando poco a poco un cambio de enfoque: de la obra al lector. Destacan los postulados de Husserl, Heidegger, Gadamer, de Ingarden, entre varios otros, que impulsaron esta mudanza. En general sus reflexiones se detienen en la consciencia del intérprete, en las ideas preconcebidas, en la percepción del objeto y los fenómenos, en la subjetividad, entre otras, que fueron claves para el desarrollo de la Estética de la Recepción (1967-1970) en manos de Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser.

Jauss era alumno de Gadamer, quien a su vez fue alumno de Heidegger, y es considerado algo así como el padre de la Estética de la Recepción. Aportó grandes reflexiones sobre la participación activa de aquellos a quienes va dirigida la obra mediante lo que él denominó “horizontes de expectativa”, de este modo declaraba que no hay cosa tal como el objetivismo histórico, que el texto es un ente cambiante según su observador, que cada lectura es un nuevo diálogo, un intercambio de preguntas y respuestas entre el texto y el lector.

Según la teoría de Jauss, el horizonte de expectativas es la suma de conocimientos e ideas preconcebidas que determinan la disposición con la que el público de cada época acoge y valora una obra literaria. Similar a esos memes de realidad vs. expectativa, si esos horizontes son muy dispares la obra no tendrá una feliz acogida en ese momento histórico. Por ejemplo, el caso de Flaubert y su Madame Bovary, condenados al ostracismo por su sociedad, sólo para ser totalmente alabado por todos los autores y críticos unas cuantas décadas después.

A todo lo dicho por Jauss se sumaron las propuestas de Wolfgang Iser, de la misma escuela. Éste, en su libro El acto de leer, establece, entre otras cosas, que el lector no sólo es importante, sino fundamental para la existencia de un texto, ya que es él quien a través del proceso de lectura va dotando de significado a la obra. El lector rellena con su imaginación los espacios “vacíos” y por lo tanto la lectura es un proceso de creación. De hecho, eleva al lector al nivel de coautorya que sin su participación el texto carece de coherencia.

Para Iser, el texto es sólo una estructura apelativa que presenta una serie de lagunas; la historia está incompleta (recordemos que el autor no pudo y no quiso decirlo todo), pero estas omisiones son inevitables para que avance el relato. El texto queda susceptible a diversas realizaciones, cada lector lo completa a su modo, ninguna lectura agota todo su potencial, ni siquiera una relectura, porque cada acto de leer es irrepetible. Desde esta idea, se ha llegado a decir también que una pieza artística bien lograda es aquella que permite diversas lecturas y que es casi inagotable, incluso para un mismo receptor.

La Estética de la Recepción convierte el proceso de lectura en el centro del proceso literario, y a esto se sumó la teoría de la “muerte del autor” anunciada por Roland Barthes. Sobre ello establece que “como institución el autor está muerto: su persona civil, pasional, biográfica, ha desaparecido; desposeída, ya no ejerce sobre su obra la formidable paternidad cuyo relato se encargaban de establecer y renovar tanto la historia literaria como la enseñanza y la opinión” [6]. La explicación del texto está en el texto mismo y en su relación con el lector, no hay nada que buscar en el universo del escritor. Todo esto en contraposición al culto al individuo y la consagración de los artistas y genios que tanto fascina a nuestra sociedad.  Estos teóricos no buscaban robarle el crédito al autor, al contrario, le daban su lugar, un lugar importante: el de facilitador, el de guía, más, o menos hábil.

Un texto resulta placentero no por el hecho de contarnos una historia, sino por su capacidad de sorprendernos. Expande nuestra realidad, pero somos los lectores los que atamos cabos y le damos significado. Apela a lo conocido, nos crea expectativas, aun cuando la imagen final no se parece tanto a lo que imaginábamos y, sin embargo, idealmente es mejor de lo que imaginábamos (cuestión que no siempre se cumple, hay que admitir que hay textos que francamente decepcionan).

CONSIDERACIONES FINALES, IMPORTANCIA DEL SILENCIO

El silencio que produce la ausencia del autor, mas el silencio de sus omisiones, crea más silencio; uno muy amplio en donde cabe el lector, tan grande que abre ventanas hacia su interior. El buen lector va a aportar para el intercambio toda su experiencia, su historia de vida, su bagaje cultural, su estado de ánimo, su presente y su pasado, sus miedos, sus ansiedades, sus alegrías, sus anhelos, sus prejuicios, los de su sociedad; por eso el texto que él reinterprete será en gran medida una proyección suya. También dependerá de la obra qué tan grande va a ser este silencio “resonante y elocuente” como lo llama Sontag, y por lo tanto qué tanto traer sobre la mesa y qué tan hondo cavar en nosotros. Tal vez esto pueda ser la causa de que haya obras realmente transformadoras y otras que hacen pasar un buen rato.

Por poner un ejemplo, podemos recordar el párrafo introductorio de Pedro Páramo de Juan Rulfo (1955) que dice:

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.” Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas. [7]

Entonces podemos ver que Juan Rulfo ocultó-calló varias cosas. Por un lado, vemos que un narrador está hablando, rindiéndole cuentas a alguien, pero no sabemos a quién. Por otro, no nos dice de qué está muriendo la madre, no nos dice dónde, ni bajo qué circunstancias. No sabemos a qué nivel socioeconómico pertenecen. ¿Cómo se siente el protagonista? ¿Está triste? ¿Está resignado? ¿Está lúgubre? ¿Está ecuánime? ¿Llora? ¿Está frustrado? ¿Le importa?

¿Qué pasaría si nos dijera que su madre llevaba 10 años en cama, que estaba enferma de cáncer de estómago y que le había hecho metástasis a los pulmones y al cerebro? ¿O si dijera: “aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas que se negaban a soltarme”?

Simplemente si esta información estuviera en el párrafo inicial de una novela definitivamente no sería la de Pedro Páramo. Aquí lo fascinante es que cada quien imaginó la escena diferente porque Juan Rulfo sólo nos dio unos indicios. ¿Importa la visión exacta que tenía Rulfo para el desarrollo de la novela?

Nadie más que él podría haber escrito Pedro Páramo y ese es su mérito, por eso su nombre está en la portada, pero el valor de la novela no está en su persona, por fascinante que sea, ni mucho menos en su contexto político o social, sino en lo que su obra provoca en nosotros. A mi parecer el acto de decodificar es más fructífero si nos preguntamos ¿Qué me remite a mí el texto, y qué le remite a otros lectores? En lugar buscar en el autor y su vida explicaciones que bien podríamos crear nosotros mismos; esa es la misión de la literatura.

Al mismo tiempo es bastante liberador, tanto para el escritor como para el lector. El primero puede relajarse, dejar de tomarse demasiado en serio, vivir y escribir como mejor le plazca. El segundo se libera de las expectativas de otros sobre la obra, para enfocarse en las suyas, puede entrar con toda calma en el silencio que le ha sido otorgado y dotarla de su propio significado, separando la creación del creador.

Es importante mencionar que la Estética de la Recepción tiene muchos detractores, hay quienes siguen percibiendo al lector como mero destinatario, muchos estudiosos de la literatura tienen serias críticas, sobre todo a Iser. Lo tachan de idealista, de irse al extremo del subjetivismo, de empujar la teoría literaria hacia la psicología y el inconsciente y el subconsciente, y en resumidas cuentas de dificultar el análisis académico de textos literarios. Sin embargo, no hay que ser extremistas, y ésta es sólo uno de los enfoques posibles. De cualquier forma, la literatura es arte, y con el arte no hay por qué ser tan estrictos.

No obstante, esta teoría considera el silencio en la literatura como parte fundamental para que la obra exista. Lo evidencia desde su concepción en manos del autor quien, de manera intuitiva o premeditada, dejará espacio para las interpretaciones y sabrá guardarse callado al entregar el texto, hasta la resignificación que hace el lector y sin la cual la obra básicamente no existiría, y que se hace desde el silencio, en el silencio; como dijo Susan Sontag, “una obra de arte eficaz deja una estela de silencio” [8].


NOTAS

[1] cf. Amparo Amorós, “la retórica del silencio”, Los cuadernos del Norte 3 (1982):26. Recuperado de https://cvc.cervantes.es/literatura/cuadernos_del_norte/pdf/16/16_18.pdf

[2]Tal vez todo esto también sea aplicable a otras formas artísticas, sobre todo a aquellas que incluyen un texto, pero eso sería para un análisis futuro.

[3] cf. Susan Sontag, “The aesthetics of silence”, Styles of radical will 334 (1969):5. Recuperado de https://www.academia.edu/download/31003718/aesthetics-of-silence-sonntag3.pdf

[4] cf. Roland Barthes, El placer del texto y lección inaugural, Ciudad de México: Siglo XXI, 1974)53.

[5] Roland Barthes, “La muerte del autor”, en El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura (Barcelona: Paidós, 1994) 71.

[6] Barthes, El placer del texto, 46.

[7] Juan Rulfo, Pedro Páramo (Ciudad de México: Editorial RM y Fundación Juan Rulfo, 2017)5.

[8] Sontag, “The aesthetics of silence”, 12.


REFERENCIAS

Amorós, A. “la retórica del silencio”. Los cuadernos del Norte 3 (1982):18-27. Recuperado de https://cvc.cervantes.es/literatura/cuadernos_del_norte/pdf/16/16_18.pdf

Sontag, S. “The aesthetics of silence”. Styles of radical will 334 (1969):1-19. Recuperado de https://www.academia.edu/download/31003718/aesthetics-of-silence-sonntag3.pdf

Barthes, R. El placer del texto y lección inaugural. Ciudad de México: Siglo XXI, 1974.

Barthes, R. “La muerte del autor”. En El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura, 65-71. Barcelona: Paidós, 1994.

Rulfo, J. Pedro Páramo. Ciudad de México: Editorial RM y Fundación Juan Rulfo, 2017.